segunda-feira, 6 de abril de 2009

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE Escrito por SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO Doctor de la Iglesia





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ADVERTENCIA IMPORTANTE
SOBRE EL OBJETO DE LA OBRA
edíanme algunas personas que les proporcionase un
libro de consideraciones sobre las verdades eternas
para las almas que desean perfeccionarse y
adelantar en la senda de la vida espiritual. Reclamaban
otras una colección de materias predicables en las
misiones y ejercicios espirituales. Y para no multiplicar
libros, trabajos y dispendios, he creído conveniente
escribir esta obra tal y como va a leerse, con objeto de
que pueda servir para ambos fines. Hallarán en ella los
seglares auxilios para meditar por medio de los tres
puntos en que he dividido cada consideración, y como
cualquiera de esos puntos puede servir para una
meditación completa, les he agregado afectos y súplicas.
Ruego al lector que no le cause enojo el ver que en dichas
oraciones se pide casi siempre la gracia de la
perseverancia y del amor a Dios, porque éstas son las dos
gracias más necesarias para alcanzar la eterna
salvación.
La gracia del amor divino, dice San Francisco de Sales, es
aquella gracia que contiene en sí a todas las demás,
porque la virtud de la caridad para con Dios lleva consigo
todas las virtudes. Quien ama a Dios es humilde, casto,
obediente, mortificado...; posee, en suma, las virtudes
todas. Por eso decía San Agustín: Ama a Dios y haz lo que
quieras, pues el que ama a Dios evitará cuanto pueda
desagradar al Señor, y sólo procurará complacerle en
todo.
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ADVERTENCIA
La otra gracia de la perseverancia es aquella que nos
hace alcanzar la eterna salvación. Dice San Bernardo (1)
que el cielo está prometido a los que comienzan a vivir
santamente; pero que no se da sino a los que perseveran
hasta el fin.
Mas esta perseverancia, como enseñan los Santos Padres,
sólo se otorga a los que la piden. Por lo cual afirma
Santo Tomás (3 p., q. 30, art. 5) que para entrar en la
gloria se requiere continua oración, según lo que antes
había dicho nuestro Salvador (Lc., 28, 1): Conviene orar
siempre y no desfallecer; de aquí procede que muchos
pecadores, aunque hayan sido perdonados, no
perseveran en la gracia de Dios, porque después de
alcanzar el perdón olvidan pedir a Dios perseverancia,
sobre todo en tiempo de tentaciones, y recaen
miserablemente. Y aunque el don de la perseverancia es
enteramente gratuito y no podemos merecerle con
nuestras obras, podemos, sin embargo, dice el Padre
Suárez, alcanzarle infaliblemente por medio de la
oración, como había dicho ya San Agustín (2).
Demostraremos más por extenso esta necesidad de la
oración en otro opúsculo, titulado El gran remedio de la
oración, obrita que, aunque corta, es fruto de largo trabajo
y utilísima, en mi sentir, para todo el mundo. Y así,
me atrevo a asegurar que, entre todos los libros espirituales,
no hay ni puede haber ninguno más útil ni necesario
para obtener la salvación eterna que el que trate
de la oración.
Con objeto de que las consideraciones de esta obra
puedan también servir para la predicación a los sacerdotes
que no tengan muchos libros ni tiempo de leerlos, las
he enriquecido con textos de la Escritura y pasajes de los
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Santos Padres; citas que, aunque breves, encierran
altísimo espíritu, como conviene para predicar la palabra
de Dios. Los tres puntos de cada una de las consideraciones
forman un sermón completo, y con este fin he
procurado recoger de muchos autores los afectos que me
han parecido más vivos y propios para mover el ánimo,
exponiéndolos con variedad y concisión, con objeto de
que el lector escoja los que más le agraden y los dilate
luego a su gusto. Sea todo para gloria de Dios.
Ruego al que leyere este libro, ya en mi vida, ya después
de mi muerte, que me encomiende mucho a Jesucristo, y
yo prometo hacer lo mismo por todos los que tengan para
conmigo esa caridad.
¡ Viva Jesús, nuestro amor, y María, nuestra esperanza!
(1) Serm. VI, De modo bene viv.
(2) De dono per., cap. IX.

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