quinta-feira, 9 de abril de 2009

Meditaciones sobre la Vida Oculta, Geofrey Hodson




PERFECCION IMPERFECTA. LA LABOR DEL DISCIPULO. NECESIDAD DE LA PUREZA. AMOR UNIVERSAL


Los hechos esenciales concernientes al Adeptado se refieren menos a la perfección corporal o personal que al desenvolvimiento completo de la consciencia. Toda perfección es necesariamente relativa. El cuerpo y la personalidad exterior aún del Adepto más elevado, si bien son perfectos desde el punto de vista humano, contienen imperfecciones. Estas imperfecciones pertenecen a la materia de que están construidos los cuerpos, y a la consciencia general de la humanidad en los niveles mental y emocional. Por consiguiente, la personalidad del Adepto está todavía condicionada por la etapa evolutiva del globo donde El vive. Por paradójico que parezca, la cualidad de perfección está todavía evolucionando, de modo que, en razón de la evolución general del globo, el Adepto de hoy es, más “perfecto” que el Adepto de hace un millón de años.

No obstante, como la consciencia del Adepto es extraplanetaria está menos condicionada por la materia del globo que Sus vehículos personales. El Adepto es consciente de su unidad con la Inteligencia Mayor del sistema solar, y por lo tanto está relativamente libre de las limitaciones de cualquier globo en particular. Al proseguir Su evolución entra en unión con la Vida del sistema solar y, finalmente, con su Poder. Unido de este modo con la Trinidad Solar, la consciencia queda prácticamente libre de limitaciones individuales. Al mismo tiempo, sin embargo, la expresión de esa consciencia ensanchada, por medio de una personalidad en un planeta, queda limitada y sujeta a imperfección por las condiciones de ese planeta, por el grado de desarrollo de la materia y la consciencia planetarias.

El discípulo debe por consiguiente dirigir más especialmente sus pensamientos hacia la consciencia de su Maestro que hacia la personalidad de El. Unido con esa consciencia, comparte en la máxima medida posible para él la unidad del Maestro con la Inteligencia y la Vida y el Poder del sistema solar. Por lo tanto, debe meditar más sobre la Consciencia Única del Supremo, que sobre cualquier Adepto en particular. Puede elevarse en amor y veneración hacia su Maestro, y pasar así de lo personal a lo egoico, y de la consciencia egoica a la universal.

Cuando el pupilo entró en probación se formó un vínculo entre él y su Maestro que asegura la posibilidad de comunión a voluntad. Cuando fue aceptado, se fusionó la consciencia de los dos, y cuando alcanzó la Filiación se logró una unidad interior muchísimo más intima. (Véase Los Maestros y el Sendero, de C.W. Leadbeater.) Aunque sea completamente consciente de esto como ego, el pupilo apenas se da vaga cuenta de ello en su cerebro al principio. Parte de su labor como pupilo consiste en traer a su consciencia cerebral el conocimiento de esta relación, para desarrollar el poder de entrar a voluntad en la consciencia del Maestro.

Esto se obtiene por mediación diaria y viviendo un modo especial de vida. La meditación consiste en dirigir la consciencia con todo el poder de la voluntad hacia el Maestro, con la intención de unirse con El y por medio de Él con la consciencia universal. El método variará según el temperamento o Rayo del pupilo. En algunos predominará la “voluntad de triunfar”, en otros el amor y la compasión, otros usarán el pensamiento y la razón, otros la adoración y el culto; cada pupilo encontrará por sí mismo su propio camino hacia la consciencia del Maestro.

El Maestro a Su vez se da cuenta instantánea de la meditación dirigida, y contesta el pensamiento del pupilo, lo inspira y lo guía en sus esfuerzos. El Maestro rara vez habla al pupilo durante la meditación, pero si inunda al ego, y por medio de él a la personalidad, con poder y luz y bendición.

Gradualmente el pupilo derriba las limitaciones de su cerebro y de su temperamento que impiden que este intercambio egoico sea físicamente consciente para él, y se capacita para entrar en contacto a voluntad con la consciencia de su Maestro. De ahí en adelante se establece la diaria comunión meditativa con el Maestro.

Si falla en esta práctica diaria o en ejercicios de meditación más regulares, la personalidad del pupilo permanece divorciada del ego en lo tocante a la consciencia; no se siente contacto alguno con el Maestro, y la re-lación pierde su realidad. Bajo tales circunstancias se disminuye enormemente la utilidad del pupilo como canal para la influencia del Maestro.

En su vida diaria el pupilo debe practicar continuo recogimiento, sin permitir nunca que las circunstancias externas absorban completamente su atención. Lo ideal es que el hecho de su discipulado ocupe una posición permanente en su pensamiento, de modo que continuamente influya en su pensar, en su sentir, en su conversación y en su conducta. Mediante estos dos hábitos --la meditación y el recogimiento en la vida diaria- el pupilo puede poner su consciencia personal en contacto permanente con la del Maestro y vivir en realización ininterrumpida de su relación con El. Cuando haya logrado ésto se habrá convertido en el pupilo perfecto y estará listo para entrar en la fase siguiente de su vida oculta, en la que renacerá espiritualmente.

La consciencia del Maestro incluye la de todos Sus pupilos, pues para El no se interrumpe el conocimiento de su relación. Los ve a todos como partes de El mismo; comparte sus fracasos y sus triunfos. Son para El como los planetas para el sol, y El es para ellos como el sol para sus planetas.

La vida del pupilo es sagrada, pues si bien vive en el mundo no es de él. Aprende a morar en el santuario inviolable de su propio corazón purificado y consagrado. Es un templo donde están entronizados los poderes de su naturaleza espiritual, donde se revela la verdad, y de donde estas cosas irra-dian sobre el mundo.

Preservar la inviolabilidad de ese santuario es de la mayor importancia para el pupilo. Si permite la entrada de pensamientos mundanos y profanos, y de sentimientos y acciones bajas, sufre una pérdida de poder, y se anubla su visión de la verdad.

A quienes quiere ayudar no los lleva a su propia morada espiritual, sino que los ayuda a encontrar en sí mismos el santuario de poder y verdad, alentándolos a descubrirlo y no a contentarse con lo que otro haya alcanzado. Prodigar sobre ellos imprudentemente poder y verdad, podría resultar en impedirles su crecimiento, pues cada cual debe descubrir su propia espiritualidad inherente y desarrollar su propia potencia. El pupilo se mantiene, pues, desligado internamente de hombres y cosas, sabiendo que cada cual tiene en sí mismo su propia Luz más que suficiente.

Su conducta ante el mundo debe reflejar los ideales a que se ha dedicado. Ha de haber el mínimo de conflicto entre su vida interna y externa, pues tal conflicto induciría a error a quienes se volvieran a él en busca de luz y verdad. Al ver divergencia entre sus ideales y su conducta, tales personas asumirían una negligencia similar. Y así en vez de ser luz en las tinieblas, el pupilo haría aún más tenebrosa la oscuridad.

La vigilancia constante, el hábito de retirarse al santuario interno, la adhesión intrépida a la causa de la verdad y la justicia, son cosas esenciales en la vida del pupilo. No debe escuchar las palabras de otros, por prominentes que sean, si tienden a debilitar su adhesión a esa causa. Su propia Luz interna es su iluminación segura, su guía que no falla. Hacia esa Luz camina día tras día, año tras año, hasta que se convierte en la Luz misma. Diariamente, mientras pasan los años, debe dejarla que resplandezca a través de toda su vida y su trabajo, haciéndolo cada vez más transparente a sus rayos. Luz es verdad y verdad es luz; el sendero del pupilo es una senda de luz.

Como su vida es una con la del Maestro, sus actos deben representar dignamente esa asociación. No debe permitir ningún pensamiento, sentimiento o actividad que manche la perfecta pureza de la vida y la consciencia del Maestro. En el momento en que hay impureza en la vida del pupilo se forma una barrera; instintivamente la consciencia del Maestro se retira de aquello con lo que El no vibra en simpatía. El Maestro experimenta esta retirada casi como un choque, pues al cerrarse el canal repentinamente, el torrente de Su vida que por él fluía se represa. Su fuerza se recoge, buscando salidas más puras hasta que desaparezca la impureza y el canal se restablezca.

El pupilo debe aspirar a la pureza perfecta, que puede alcanzarse por la contemplación de la verdad interna. Su consciencia debe estar firmemente establecida en la verdad, que la impureza, que es mentira relativa, no pueda encontrar morada en ella. La impureza no se supera luchando contra su causa --un pensamiento o sentimiento o experiencia física impura-- sino retirándose al reino de lo totalmente puro, a la blancura de la verdad.

La impureza es la fuente de la guerra continua entre los miembros del cuerpo, y solamente cuando se la supera queda abolida la lucha. Implica separatividad, pues no podría existir sin división. Por lo tanto es una negación de la verdad, pues división es lo opuesto de unidad que es la verdad última. La impureza destruye el pensar con claridad, mancha el amor, y profana el cuerpo que es el templo terrenal del Dios inmanente. Implica una actitud personal hacia la vida, exclusividad en los afectos, y separatividad en la conducta, siendo de esta manera la antitesis de la verdad, la cual es impersonal y todo lo incluye. La vida que es perfectamente pura pertenece a lo eterno.

Parte del entrenamiento del pupilo consiste en vivir en el mundo externo en medio de la impureza y la separatividad, y por tanto debe guardar con vigilancia estricta y voluntad de acero su modo de vivir en términos de conducta, sentimientos y pensamientos.

La pureza se convierte en deslumbrante ropaje con que se inviste al pupilo, y en joya resplandeciente en la corona del Iniciado.

Aliada al amor, conduce a la liberación, al Adeptado, pues la pureza y el amor son los pilares gemelos del portal que conduce a la paz eterna y a la felicidad inefable, despojado de toda impureza el amor del discípulo se hace cada vez más impersonal. Por su continua expresión crece su poder de amar, hasta que irradia de él como los rayos del sol, brillando sobretodos sin pensar en retribución. El afecto que se le retorna lo ofrece junto con su propio amor al Maestro como único Amado y supremo Recipiente de todo amor.

El amor del pupilo no es ofrecido al maestro como a un individuo solo, sino como al Dechado de la vida espiritual, al modelo de las más altas cumbres y a la manifestación perfecta del Amor del Supremo. Así el pupilo realiza y desarrolla aquel amor universal que jamás es manchado por el egoísmo o el deseo. El no debe permitir que la transmisión de este amor supremo a través suyo, sea manchada por imperfecciones; sino que tratará de que llegue con toda su pureza al mundo que lo necesita. Debe despertar los corazones de los hombres a la verdadera naturaleza del amor, al sacrificio, al servicio y al altruismo, por los cuales solamente se manifiesta el amor espiritual.

El amor es en verdad un fuego. El amor personal despierta en los hombres la llama de la pasión y el deseo. El amor universal despierta la llama del genio y del heroísmo en el hombre; brota de la visión del Ser Único en todos, de esa visión que una vez obtenida inspira a amar a todo cuanto vive.


Ayuda a la Naturaleza y con ella trabaja, y la Naturaleza te considerará como uno de sus creadores y te prestará obediencia (H.P.B.)

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